Los constructores de barcos y los fabricantes de equipos compiten entre sí para hacerse notar, pero los visitantes de una embarcación nueva se muestran cada vez más indecisos. Costes energéticos, limitaciones reglamentarias, mantenimiento, espacio de amarre, clima político y económico que genera ansiedad: los obstáculos para comprar o mantener una embarcación son muy reales. Además, las próximas modificaciones del TAEMUP podrían tener un importante impacto negativo en el sector, que no lo necesita en estos momentos.
En este contexto, aumentar el número de ferias sin reavivar el deseo de navegar es como predicar al coro en salones que ya están saturados.
El reto para la industria no debe ser sólo llenar los calendarios, sino recrear el deseo. El deseo de partir, de levar anclas, de conservar el barco en lugar de ponerlo en venta al cabo de unas temporadas. La náutica no puede reducirse a una oferta técnica: vive de la emoción, la libertad y la evasión que proporciona.
Por supuesto, los salones náuticos son escaparates esenciales, pero también deben volver a convertirse en puertas de entrada para nuevos públicos. ¿Cómo introducir a los jóvenes, tranquilizar a los que compran por primera vez y convencer a las familias de que poseer un velero o un motor fueraborda sigue siendo accesible y una fuente de placer? ¿Cómo recordar a los propietarios actuales que un barco es algo que hay que vivir, transmitir y no consumir como un objeto de usar y tirar?
Conseguir que la gente vuelva a querer navegar es quizá el verdadero reto al que se enfrenta el sector en los próximos años. Constructores de yates, fabricantes de equipos, puertos deportivos y distribuidores tienen una responsabilidad compartida: hablar de menos metros cuadrados de exposición y más horas pasadas en el mar. Porque, al fin y al cabo, es el tiempo pasado navegando lo que hará que los clientes vuelvan, no más insignias colgadas del cuello.